samedi 7 juillet 2007

Sueños en Gris

“...Lloro debajo de mi nombre y
agito pañuelos en la noche...”


En el otoño, cuando los árboles lloran su tristeza amarilla, mientras las calles de la ciudad huelen demasiado a tierra húmeda y las playas se quedan solas de sol; ahí en ese dormirse lento de las cosas, él camina entre estaciones y silencios. Anda, con su carpeta de sueños bajo el brazo, en busca de un pasado con melancolías perdidas, huyendo acaso, de ese futuro que lo aguarda en medio de un bostezo. Aunque tal vez, sólo se dirige al final del pasaje, donde cuelgan tantos adioses y bienvenidas, a esperar un tren que todavía no llega...

Él camina tranquilo, como temiendo espantar el reflejo de su propia soledad. Sus ojos miran un suelo de grava, alejando un poco la infantil ocurrencia de jugarse la suerte cerca de las vías. A unos metros, la rueda que cambia el destino de los trenes (y a veces de la gente) está al acecho... lo mira pasar con el deseo inquieto de atraparlo en ese dar vueltas y vueltas para que no llegue nunca, porque cree que los hombres tristes deben seguir envueltos en el misterio de lo que “no será”. Con un fuerte chirrido pronuncia su nombre, tentando probabilidades, pero él ya aprendió a ignorar fantasmas entre insomnios de madrugada y noches espesas.

Cierto es que dan ganas de decirle que interrumpa un instante ese deambular sin apuro y que deje de crear puentes de plata hacia la luna; pero no sería justo pedirle a una gaviota que detenga su vuelo sólo para admirar el blanco de sus plumas... y entonces las ganas se evaporan.

Su sombra ya no lo acompaña; será por la ausencia de luces o por esa manía rara que tienen las sombras de desaparecer sin motivo. Así pues, envuelto en la penumbra tejedora de nostalgias, en la estación de besos de amor y lágrimas evaporadas por el tiempo, él sabe que se acerca la hora de abrir carpetas y liberar sueños.

La calle le recibe abierta como siempre, esta calle que presenció sus madrugadas y bebió su primera sangre fruto de una de tantas guerras de piedras que es como los niños se vuelven hombres aquí. Se detiene en una esquina sin tiempo donde al tiempo recibiera besos y adioses... la carpeta bajo el brazo ha vuelvo a abrirse.

La recuerda como siempre, bella como nunca. Con el cabello que goteaba sin recato después del baño que aún perlaba la piel y terminaba por empapar aquellas sabanas nevadas donde yacían después de amarse hasta el tuétano. Recuerda sus manos deslizándose cual peces antes de morir en el fondo de una barca que era su espalda tantas veces acariciada y en cada una reconocida como parte de su mismo ser. Se ve a sí mismo naufragando en los castaños ojos de mirar de tormenta que retaban los años y conservaban aquel encanto de maliciosa ternura. Nunca como aquel día quedo tatuada en la memoria su dormir dejándose llevar como si se soñara entre nubes o en brazos de un amor de esos que parecen para siempre.

Algunas veces siendo niño paraba frente a esta farola, aunque hasta ahora comprende que no era por la mortecina luz que ya ni siquiera alcanza a convocar polillas en celo; ahora entiende que siempre fue movido por unas ansias tan añejas que no vienen de otra parte que no sea lo profundo del ombligo. Desde aquí tiene platea para la ventana del dormitorio que fuera en un entonces el refugio de tanta rabia y cementerio de tantas ganas; esta noche los rotos cristales semejan una desdentada boca que jamás volverá a tenderle una sonrisa de bienvenida.

Nunca dolió como entonces, nunca como entonces sintió quebrarse la voz mientras paría un “te quiero” que venía gestándose entre prejuicios. Dolió y mucho, aunque ahora el dolor sea distinto, se sintió hasta el fin del tiempo y de su mundo. No es quebrarse de vidrios sino romper de olas; no es llanto de viuda sino de madre en estreno. Arde su pecho mientras cabalga las indomables caderas y espera por morir una vez más con ella mientras que entre innumerables suspiros, se abraza a la cintura con ambas piernas mientras alas de ángeles la llevan a un cielo que, si bien no es el aprendido de la doctrina, es mejor por mucho pues pertenece en esta vida a los mortales. El viaje es intenso y el tiempo junto con ella se vuelven líquidos. No importa que en la travesía su ángel se halla quebrado un ala y jamás vuelva a poder habitar en “otro cielo”.

Parado a la distancia parecería un fantasma con los ojos fijos en un paredón carcomido por tantos años, tantas lluvias... tantas manos. Entre la maraña de anónimos mensajes y promesas de amor talladas a navaja reconoce la única que siempre le importó. Nunca nadie había llegado tan hondo, nunca nadie penetró tanto en su mirar y le arrancó de cuajo las entrañas. Nunca amó tanto a nadie, incluso ahora, a tanto tiempo... a tantas camas... a tantos “adioses”... a un sólo “ya no más..”

Ha vuelto los pasos mientras un tren despierta al alba pero sin molestar a los gallos con el pequeño pacto de dejar dormir a la buena gente el “sueño de los justos”. Mientras las hadas abren corolas y agitan árboles, la naciente hierba le disputa el rocío al sediento suelo. En ese instante mientras se forma de nuevo el mundo, él ha vuelto los pasos hasta la vieja rueda que le invita a jugarse la suerte... a “no llegar”. Se miran como viejos amantes que jamás se olvidan por más que en el tiempo se eviten; un guiño a la vez es el mejor sello de “acepto para siempre”. ¿Por qué no? después de todo “no sería justo pedirle a una gaviota...”


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